jueves, 4 de agosto de 2011

Capítulo 7.

¡Jelouses!
Espero de nuevo que este capítulo os guste :)
¡Dar de nuevo las gracias a quienes me leéis!
Acepto cualquier tipo de crítica u opinión, para eso está la opción de "comentarios" ;)

Gracias <3





Tal y como caen las hojas del otoño pasan los días junto a Mery. La brisa comienza a ser ventisca, los segundos minutos, y las horas... Parecen años. Todo es distinto, todo es igual. Su llegada fue como una bofetada de aire frío en una noche calurosa de verano.

Han pasado dos semanas desde que su cara se quebró por el llanto y su presencia invadió toda la casa. Pero está ausente.

Quizá no la conozca, quizá no sepa nada de ella, pero la noto vacía, apática. Su cara de muñeca de porcelana sólo es una mueca carente de cualquier sentimiento. No demuestra tristeza, ni pena, ni nada que yo pueda descifrar en su rostro, en su mirada perdida. Vaga por la casa en escasos momentos, la mayor parte del tiempo está encerrada en su habitación y me impido a mi mismo entrar allí.

Las habitaciones son templos sagrados, úteros privados donde cada uno guardamos nuestros recuerdos, donde escondemos nuestras lágrimas sobre la almohada, donde nos desnudamos en cuerpo y alma, exteriorizando lo que somos, resguardándonos en los días de lluvia, donde nadie te moleste.

Sobre todo cuando eres un adolescente y no posees más que esas cuatro paredes que significan tu mundo.


Era primavera. Un día soleado en el que las flores comenzaban a extender sus pétalos desplegando su inmensa belleza. No era más que un crío de apenas 17 años que soñaba con salir y comerse el mundo. Y ahí, plantado en el escritorio frente a la ventana que daba al patio exterior, sujetaba el carboncillo en alto, dibujando cada detalle que las vistas me ofrecían. Bastaba un simple movimiento en la escena para que otro folio fuera ensuciado por cientos de líneas que plasmaban cada segundo de mi vida.

Pero no fueron esos dibujos los que convirtieron aquel día en un sueño de verano. No. Fue esa chica de pelo naranja que caminó por la acera de enfrente. Llevaba su pelo recogido en una trenza, unos pequeños y cortos vaqueros ceñidos que apenas se divisaban bajo la ancha y holgada camiseta blanca. Su expresión era desenfadada, despreocupada y bondadosa. Era angelical.

Sus pies se pararon en una casa cercana y abrió las verjas. Al rato volvió a salir de aquella pequeña casa con algo entre sus manos. Se sentó sobre el césped y comenzó a afinar la guitarra que había llevado consigo. Mis oídos jamás hubieran estado preparados para escuchar su melodiosa voz entonando una canción desconocida, quizá nunca inventada.

Su forma de cerrar los ojos al evadirse, las muecas de sus labios al cantar, sus finos dedos desgarrando con delicadeza cada acorde, su piel marfil erizándose en cada nota. Todo explotó dentro de mi.

De un plomazo tiré todos los papeles, pisando los bocetos al subirme al alféizar de la ventana y dejar mis pies colgando. Cogí el cuaderno y la miré una vez más antes de dejar que mi pluma se deslizara sobre las líneas, dejando que las palabras fluyeran sin necesidad de pensarlas, sólo las sentía, las dejaba brotar. Aquella sirena se había convertido en mi musa y quimera.

Estuve durante horas escribiendo. Algunos versos sin sentido, otros llenos de optimismo y sensualidad. Fuera como fuese, había encontrado una nueva forma de plasmar mis sentimientos.

Y todo entre esas cuatros estúpidas paredes donde observaba los destellos cobrizos de su melena para inspirarme. Donde destrozaba mis nudillos contra las paredes cuando todo salía mal. Donde olía a incienso y óleo. Donde podía sentirme protegido. Donde siempre podía ser yo.



Es como si haya vivido un sueño.

Levanto la vista y miro mis manos. Tan torpes e inútiles. Inservibles. Manos que tiempo atrás crearon arte ahora no son más que piel muerta. Su tacto es mucho más rugoso que cuando era un crío y las pulsaciones en las yemas cuando estaba inspirado terminaron de sentirse.

Sin ser consciente he llegado hasta el escritorio, y en un gesto decidido he tirado todo al suelo. Y por unos segundos siento un deja vú. Me siento con el papel frente a mis narices y observo el folio en blanco. Trato de pensar, de imaginar, de dejar que fluya una sola línea. Pero no puedo, algo bloquea mi mente. Años. Miedos y dudas. No encuentro la palabra adecuada para empezar algo de lo que ni siquiera estoy seguro que será, pero podría apostarme todo lo que tengo a que "Mierda" encajaría a la perfección.

No recuerdo cuánto tiempo llevo aquí pero no hay ni siquiera un sólo garabato en la hoja. No he sido capaz ni de emborronarlo. Lo que sí empieza a estar borroso es todo cuanto gira a mi alrededor. Quizá sea cosa de llevar horas mirando un punto en blanco. Quizá sea culpa del whiskey.

Dejo caer todo el peso de mi cabeza sobre mis brazos flexionados sobre la mesa, tirándome del pelo en un gesto desesperado. Estoy tan hundido en mis pensamientos, tratando de encontrar algo útil en ellos que pego un sobresalto al sentir una mano posándose sobre mi hombro.

- Jack… - suspira ella-

Aunque Mery lleve días allí es como si volviera a estar solo. Desde que llegó a la casa todo ha seguido igual. El primer día estuve tan emocionado como cuando un niño tiene una mascota nueva y fantasea con la idea de cuidar y mimar a su animal, sólo que en vez de tener un cachorrito tenía una adolescente. Pero nada más lejos de la realidad. El silencio sigue siendo silencio y la rutina la orden del día.

Lo poco que ha cambiado es la cantidad en la lista de la compra y mi ruta de cada día. Antes de ir a trabajar tengo que pasar por su instituto. Los viajes son cortos, pero se hacen eternos al ver que ella no abre sus labios mas que para soltar secos "Hola" o "Hasta luego". No conversamos a la hora de cenar, no nos damos los buenos días. Es un fantasma que lejos de cambiar mi vida la ha vuelto más carente al ver que no soy capaz de hacer nada por ella.



- Necesito un favor...

Su voz no es más que un fino hilo. Me sacude una oleada de escalofríos, mezcla de mi ebrio estado y la necesidad de satisfacerla. Giro con lentitud mi cuerpo hacia ella, tratando de enfocarla. Carraspeo.

- ¿Qué es lo que... - pero no termino la frase, soy incapaz. Algo dentro de mi se enciende como un faro dando la esperanza a un barco tirado en la deriva. Vuelvo a ver a la dulce y angelical joven de pelo rojizo sobre el jardín y entonces lo siento. Me pongo en pie con tal rapidez que me tambaleo y ella arquea una de sus cejas algo confundida. Mi corazón late ágil, inquieto, jadeante y ansiado.  Esas vibraciones en la punta de los dedos.

Cojo su brazo por el codo y la miro a los ojos.

 - Antes necesito que hagas algo por mi.

Primero su mirada se torna desconfiada y trata de retirar mi mano, pero su gesto va cediendo con la curiosidad de la cría que es y da paso a una sonrisa medio ladeada, intentando hacerse la dura, pero puedo leer la fogosidad en sus labios y la necesidad de saber qué es lo que estoy pensando.

- ¿Qué es lo que quieres?

No respondo. Doy media vuelta y comienzo a meter las cosas más necesarias en una mochila. Ella está cruzada de brazos en mitad del salón, observando cada giro que doy, cada objeto que meto. Cuando creo estar seguro de que lo tengo preparado todo entrelazo mis dedos entre los suyos sin permiso y tiro de ella, huyendo de aquella casa, corriendo hacia un destino incierto.

- ¿Dónde vamos? - dice intentando parecer seria, pero su tono delata la diversión.

- Hacia el pasado - contesto esperanzado, introduciendo tan rápido como puedo las llaves del coche en su ranura.

domingo, 24 de julio de 2011

Capítulo 6.

Muchas gracias a todos por leerme. De verdad, GRACIAS.
Siento muchísimo el retraso que llevo, pero, aunque las musas estén a mi lado y últimamente por suerte esté bastante inspirada y con mucho material para escribir... Me es imposible. No tengo tiempo para dormir... No puedo tener tiempo para escribir.

LO SIENTO.

Intentaré actualizar tan rápido como me sea posible.

GRACIAS. 



"Y así fue como sentí que realmente volvía a mi casa".

Dicen que tu hogar está donde reside tu corazón. Nunca había acabado de entender el sentido de ese dicho, pues nunca me había sentido identificado. Todo cambia mientras giro el volante distraído hacia la puerta del garaje. Ella está abstraída, aún hay lágrimas en sus ojos, rastros de ellas en sus mejillas. Pero a su lado me siento como si estuviera en el lugar indicado.

Sale del coche sin mediar palabra, sigue escondida entre los mechones negros de su pelo y recoge las maletas con fuerza bruta. Trato de ser amable ofreciéndome para llevárselas, pero se aparta con un gesto brusco. Aún no soy capaz de reaccionar, de ir por un buen camino, nunca he tenido a nadie viviendo a mi lado. Mucho menos a una adolescente.

Tamborileo contra las paredes del ascensor mientras subimos los pisos y ella mira sus zapatillas. Quiero susurrarle palabras de ánimo, darle la receta mágica para que se calme y mire las cosas como realmente son, pero sólo logro suspirar y me revuelvo el pelo, visiblemente nervioso. Ella es inmune a cualquiera de mis gestos, tiene su mirada perdida en un metafórico charco de recuerdos formado en el suelo. Yo la comprendo y suspiro una vez más. Su teléfono suena con una canción de Sum41 (que en cierta manera me recuerda a ellos dos) y basta una simple nota para que ella de un bote y se le erice la piel. Cuelga al tiempo que se abren las puertas y vuelve a llorar. Estoy seguro de que Bobby no ha seguido mi consejo.

Impotencia. Impotencia y rabia. Impotencia, rabia y desesperación. Impotencia, rabia, desesperación y frustración.

¿Qué puedo hacer yo por ella?

No soy más que un desconocido. No es más que una desconocida. No somos más que dos sombras perdidas en nuestras propias oscuridades y no vemos que la luz la tenemos que arrojar nosotros. Pero su sombra me envuelve, es un misterio, es un enigma que me incita a resolver. Ella es un faro de luz radiante, pero la venda que lleva en los ojos le impide reconocerlo. Y yo no quiero ser su debilidad, su piedra con la que tropezar y esconderse. Ella tiene que brillar como la luz que es.

Sin girar un ápice su cara espera impaciente a que le abra las puertas. Al hacerlo el recibimiento no es el que ella se merece. Todo está hecho un desastre (como siempre). La ropa está tirada, la cocina está sin recoger, hay rastros de bebida y ceniza por cada rincón de la casa, todo está en mal estado. Pero ella no sabe que es una representación de lo podrido que está mi ser.

 Pasa y aparta con sus pequeños pies cubiertos por unas converse amarillas un calzoncillo (lo cual me hace sentirme profundamente avergonzado). Por un segundo pienso que va a dar muestra de algún sentimiento, de alguna emoción. Pero ni asco. Ni risa. Ni odio. Nada. Eso es lo que más duele. La indiferencia. Es el mayor daño que alguien puede hacerme.

Se cruza de brazos en mitad de salón y yo recojo un poco mientras hablo atropelladamente. Jamás pensé que la suciedad de mi piso pudiera llegar a ser motivo de tal humillación, pero lo está siendo.

-Tú... Tú puedes dormir en mi habitación o en el cuarto de invitados. Es algo más pequeño que el mío, y sólo lo usa mi madre cuando viene a visitarme. Pero es lo único recogido ahora mismo. Puedes quedártelo, puedes decorarlo a tu gusto y hacer con él lo que quieras.

Y yo quiero arrancarle una sonrisa, darle una esperanza, darle un hogar.

- ¿Dónde está? -su contestación es simple y vacía.

No pretendo contestarle, no tengo fuerzas para seguir intentando algo que no tiene sentido. Le enseño el pequeño cuarto que contiene una cama, un escritorio y un armario de estilo minimalista (y que huele a polvo y a viejo) y me voy antes de ver cómo se desmorona sobre la cama. Y me detengo. Doy media vuelta y vuelvo sobre mis pasos, no puedo ser tan cabrón.


- Cuando quieras cenar puedes salir a por lo que te apetezca.

Esta vez sí me mira y trata de dibujar una sonrisa que se queda en una mueca. Vacía. Una vez más.

Cierro la puerta y salgo de allí. Cabreado. Disgustado. Estúpido. Me siento sobre el sofá y miro a la lejanía, pensando en ella, tratando de desentrañar los hilos de su mente, de cómo llegar a ella. Y consigo un enfado mayor. Pasan las horas y ella aún no ha salido. ¿Tanto me odia? Empiezo a sentirme como la Bestia, encerrando a la bellísima Bella en un cuarto del castillo, esperando que ella salga para cenar, pero nunca lo hace porque le odia con todo su ser. ¿Seré igual?

Si es así, ¿dónde está mi rosa? ¿Cuándo me gané la maldición?

Nunca hubo riqueza, ni belleza, ni avaricia. Sólo un loco enamorado de la vida alguna vez.

No puedo soportarlo un segundo más y abro el mini bar, entregándome a mi compañero de penas y alegrías. El tiempo pasa con horas muertas, con carencia de cariño, de compañía, de luz. Y mis pensamientos se concentran en el culo de la botella, donde están todos mis recuerdos, donde trago cada una de mis desgracias. Y en mi cabeza siempre ella.

Emito un gruñido de rabia y desesperación y reviento la botella contra la encimera de la cocina. Esta vez grito y es de dolor. Mis nudillos se desgarran con los cortes, corriendo la sangre. Siento alguna de las partes hundiéndose en mi carne, arrancándome más alaridos.

- ¿Jack? -susurra una asustada voz desde la puerta.

¿Otra vez su fantasma? ¿Otra vez su recuerdo martirizándome? Es ese rayo de Luna del que hablaba Bécquer, ese que siempre perseguía y nunca alcanzaba.

- ¿Estás bien? -vuelve a repetir y me doy de golpe con que esta es la realidad, su realidad y no la de mi embriaguez.

Tartamudeo como un niño que se siente culpable al decepcionar a su madre. La veo borrosa, pero sé que se acerca cuando siento sus pequeñas y tan suaves y delicadas manos sobre las mías, que parecen las garras de una verdadera bestia. En la que me he convertido. Sin castillos, sin brujas, sin encantos, sin rosas, sin espejos, sin princesas. Sólo un monstruo.

La expresión de su cara se tornea a medida que observa la herida que se ha abierto en mis nudillos. Sus dedos tiemblan con miedo y los desliza a través de la sangre.

- Déjame que te cure -su voz es firme, segura, terca.

Me retiro con brusquedad, huyendo de ella. Me tiro sobre el sofá y contemplo mi mano, inerte, las gotas caen sobre la alfombra, me hipnotizan y no siento el dolor como si fuera mío. Vuelvo a observarla, está asomada al marco de la puerta, mirándome fijamente con su semblante de marfil. Está asustada, ¿de mi? Parece tener miedo de volver a acercarse, de que vuelva a apartarla cuando sólo trata de ayudar. ¿En qué me he convertido? Porque ella vuelve, sentándose en el suelo, recogiendo con un pañuelo el rastro que he dejado.

- Voy a vendarte la mano y me importa una mierda lo que vayas a decir. No te muevas. –sus palabras suenan a órdenes.

Se levanta rápidamente y escucho cómo revuelve algo. Suenan chasquidos, cosas que se golpean, nerviosismo, lo huelo. Regresa y toma la misma posición, y me domestica, su tacto me templa. Mientras el algodón se mancha de alcohol ladeo la cabeza, desentrañando sus pensamientos, descifrando sus ojos, impenetrables. Emito un leve gruñido cuando los pasa sobre la herida y ella se muerde el labio inferior con el colmillo. Mis latidos se aceleran.

El ritual de curación sigue su curso, en silencio, sin una sola mirada. Me evita pero yo no le puedo quitar los ojos de encima.

- Jack... – comienza la frase con temblor en su tono, pero no la termina.

- ¿Sí? - le incito a continuar, expectante por saber qué es lo que quiere saber, qué es lo que le puedo dar.

Sin darme cuenta ya está en pie y dispuesta a marcharse. Niega con la cabeza y noto el rubor en sus mejillas.

- Nada, buenas noches.

Y huye de nuevo como un cervatillo, internándose en el bosque.

jueves, 30 de junio de 2011

Capítulo 5.

Muchas gracias por el apoyo a todos los que leeis :__)
Aprecio muchísimo más de lo que imagináis el que lo hagáis.
¡¡GRACIAS!!
Mención especial a las Stalkers y a Kike por hacer que continuara esta historia que forma parte de mi.
Pd. ¡Dejad comentarios, plis! <3


         Basta con escuchar su nombre para saber que aceptaré. Haré lo que sea. Me levanto sobre saltado, listo para salir corriendo por la puerta e ir a rescatarla. Doy un traspies con la pata de la cama y grito un "me caguen la puta" sin escuchar lo que Bobby está diciendo.

-¿J? -pregunta preocupado al otro lado del teléfono- ¿Estás bien?

Cierro los ojos y me froto la sien, tratando de controlar mi ritmo cardiaco, que en cuestión de segundos se ha disparado.

-Sí, sí, lo siento. ¿Qué decías? ¿Qué le ha pasado a Mery?

-Trataba de decirte que no es nada grave, no pasa nada -eso me calma- Es sólo que... -carraspea, se le nota tenso- Bueno, me han ofrecido una beca para irme a estudiar unos meses fuera y no puedo decir que no.

-Enhorabuena, hijo. -Y aunque él no lo vea ni lo note, me hincho de orgullo.- Pero no entiendo qué tiene que ver ella en todo esto.

- Eso le estaba diciendo. Ella sólo tiene mi piso. Y si la dejo sola... Yo... Bueno... Mery me dijo que le había contado lo del hijo de puta ese.

Frunzo el ceño y voy atando cabos.

- Tienes miedo de que al ver que tú no estás pueda presentarse en el piso y que le pase algo, ¿verdad?

Oigo al otro lado del teléfono cómo se escapa un hilo de aire, desesperado.

- No te pediría esto si no estuviera realmente preocupado. Pero necesito que ella se quede en tu casa este tiempo.

De nuevo el corazón se dispara, siento cómo golpea con fuerza a través de mis venas, fluyendo con intensidad. Necesito sentarme. Me apoyo en el borde de la cama y coloco mi frente sobre mi mano libre. Enmudezco. ¿Ella? ¿A mi lado? No. Es algo que no puedo concebir. Es el ángel de mis pesadillas, es el demonio de mis sueños. Es un ser perfecto que sólo con estar a mi lado conseguiría destrucción, porque eso es lo que soy yo, destrucción. Un ser autodestructivo que arrasa con lo que está a su lado.

Bobby llama otra vez mi atención, gritando mi nombre.

-Sí, sí, estoy aquí.

Su voz es un susurro, estoy seguro de que le ha costado tomar esa decisión, que ha sido y será la peor que tome.

- No te pediría esto sino confiara en ti, Jack, tú fuiste quien me rescató del pozo de mierda, tú me protegiste. Sé que ella estará en buenas manos.

Cada palabra que me dedica, la confianza, su seguridad, hacen que apriete los puños con fuerza y se deslice una lágrima silenciosa. Sí. Sí le ayude. Sí le salvé. Todo mi mundo cambia con tan solo unas palabras, con sólo escucharle. Uno de los detonantes de mi vida, una de las razones por las que lo abandoné todo, el no haber podido ayudarle, el no poder cumplir lo que le prometí... Llevaba años atormentándome y ahora la herida empezaba a cicatrizar. Él lo había curado.
Esa es la razón definitiva para que acepte, para cuidar de él una vez más. Para proteger su corazón, su razón de ser. Ella.

- ¿Puedes traer el coche? Meteremos algunas de sus cosas, no puedo llevarlas en la moto.

- Está bien, Bobby, no te preocupes. Estaré allí en unos minutos. Salgo ya.

Saco al azar la ropa del armario. Si nunca me ha importado qué ponerme, en ese momento, menos. Me visto con agilidad y cojo las llaves al vuelo, dejando el teléfono “olvidado” en casa para que mi madre no me interrumpa en uno de sus gloriosos momentos.
Aprieto el pedal del acelerador más de lo normal, conduzco deprisa de forma inconsciente, sólo quiero llegar allí y asegurarme de que estarán a salvo. En poco menos de 15 minutos he atravesado la ciudad y estoy aparcando de mala manera frente a su portal. Subo las escaleras de dos en dos, aún siento el cuerpo cansado y lento de lo ocurrido hacía unos días, pero la tensión me puede.
Antes de llegar a la puerta de su casa comienzo a escuchar gritos desgarradores. Parece Mery.

- ¡NO PUEDES HACERME ESTO, BOBBY! ¡NO PUEDES DEJARME ASÍ! ¡ME PROMETISTE QUE NO ME DEJARÍAS SOLA!

Me siento incapaz de dar un solo paso. Es su relación, su vida, pero no puedo evitar preocuparme por qué están discutiendo, qué estará pasando, qué ha desencadenado tal actitud. Bobby habla nervioso, pero no grita, intenta manejar la situación.

- Akhi, no te voy a dejar sola, estoy haciendo lo que puedo para que no lo estés mientras yo estoy fuera.

- ¿¡DEJANDOME CON UN DESCONOCIDO?!

- ¿PREFIERES QUE TE DEJE EN MANOS DE TU PADRE?

A Bobby se le va la conversación de las manos, es el momento de interrumpirla. Llamo al timbre y el silencio se vuelve absoluto. Oigo cómo se mueven, cómo se paran y vuelven a caminar. Tardan casi un minuto en abrirme. Lo hacen cuando estaba a punto de volver a hacerlo. La cara del chico está desencajada, rota, está pálido y muy desanimado, triste. No me atrevo a mirarle a ella, tengo miedo de enfrentarme a su mirada.

- Lo siento, Jack, espero que no hayas tenido que escuchar nada…

- Lo suficiente como para saber que va siendo hora de que hagamos las maletas –contesto amable con una sonrisa sincera.

Él se encoge de hombros, agotado por la pelea con su chica. Le entiendo, les entiendo, la distancia se puede hacer dura, muy dura para una pareja tan joven. Pero al parecer no es lo único. Ella no se corta y sigue.

- ¿Y cuándo pensabas decírmelo, Bobby? –dice limpiándose las lágrimas y el rastro de lápiz de ojos con la manga de su camiseta- ¿Cuándo cogieras el avión? Adiós, nena, me voy a vivir fuera medio año. Por cierto, tienes que irte de casa con un desconocido. Pero te quiero –trata de imitar su voz, tragándose su tristeza y devolviéndolo en forma de furia y orgullo.

Observo cómo Bobby aprieta los puños y cierra los ojos, abatido, no creo que pueda mucho más con eso. ¿Cómo ha podido no decirle nada hasta ahora? Una cosa es protegerla, otra cosa… No es tu relación, Jack, recuérdalo. Miro hacia el suelo, tratando de no meterme en la conversación. Mery prosigue.

- ¿Sabes qué? Tienes razón, será mejor que me vaya antes de que tú lo hagas –coge sus maletas y corre furiosa hacia la puerta, pero se gira en el umbral, con la cara inyectada de furia y los ojos hinchados de pena- Pero hemos terminado, Bobby. Eres libre ahora para irte, cuando vuelvas no sé cómo serán las cosas.

Ella cruza el umbral, tapándose la cara con el pelo, como siempre hace para esconderse. Bobby está paralizado, no mueve un solo músculo de su cuerpo hasta que rompe a llorar. Sus manos se mueven temblorosas hasta su cara, retirándose cualquier rastro de llanto, alcanza su cresta y se la echa hacia atrás.

- Bobby… -mi voz está quebrada y no sé bien qué decir.

No hace falta que abra la boca, sale corriendo, pero le detengo con ambos brazos. Tiene mucha fuerza, llevado por la desesperación, pero aún conservo mis músculos. Me empuja, trata de zafarse, me agarra, me tambalea, pero sigo sujetándole.

- Déjala, deja que piense las cosas. Es joven, es impulsiva y te vas de su lado. Está furiosa, pero pensará las cosas. Tranquilízate, dale algo de tiempo para que ella también lo haga.

Esta vez pasa sus delgados brazos por mi cuello y rompe a llorar como el crío que siempre ha sido. Rompe su escudo y se deja caer sobre mi. Cubro su espalda, en silencio, dejándole que se desahogue. Gira su cara y me susurra al oído.

- Cuídala, profesor, cuídala como siempre has cuidado de mi.

Asiento despacio, seguía sin poder articular palabra, pero él parecía estar tomando de nuevo el control.

- Iré mañana a despedirme de ella.

- Cuando quieras, Bobby, sabes que mi casa es tu casa.

Vuelve a abalanzarse sobre mi para abrazarme con más fuerza de la que hubiera imaginado que él tiene. Me fundo con él, transmitiéndole tanta paz como soy capaz. Sé que haré por ella lo que no haría por ninguna otra persona. Y no entiendo los por qué, pero no necesito saberlos.

Me aparto y bajo las escaleras despacio, recapacitando sobre cómo va a cambiar mi vida en el instante en el que ella llegue. En el que ella entre a formar parte de mi vida diaria. Abro la puerta del portal y la encuentro fumándose un cigarro, sin esconder las lágrimas que surcan sus mejillas teñidas de rojo.

- ¿Podemos irnos? Por favor.

Sus ojos son suplicantes y yo caigo rendido a sus deseos. Recojo del suelo sus bolsas y maletas y caminamos silenciosos hasta el coche. Ella se sube al asiento del copiloto mientras termino de colocar las cosas.  Subo  y arranco el motor, sin mediar palabra, pero observando su gesto triste y nostálgico mirando por la ventana, ocultándose tras un mechón de pelo negro. Siento su dolor como si fuera el mío. Se evade y yo dejo que piense mientras volvemos a casa.

jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 4.

Muchísimas gracias a todos los que leéis. 
Sabéis lo que esto significa para mi, sobre todo, esta historia, así que solo os puedo dar las gracias a todos y cada uno de vosotros. 
Gracias por leerme.

Capítulo 4

            Despierto. Despierto, pero las sensaciones son totalmente extrañas, distintas a las de cualquier otra mañana normal y rutinaria. Me convulsiono con fuerza, siento una opresión en el pecho y al toser creo que me voy a morir. No tengo aire suficiente. Tiemblo de frío, me castañean los dientes y hasta las ideas se me han debido de congelar. El sabor de mi boca es una mezcla de alcohol y putrefacción. No recuerdo qué he hecho, qué ha pasado. No reconozco nada de lo que hay a mi alrededor. Un momento. ¿Acaso he abierto los ojos?
            Unas manos se zafan en torno a mis brazos, siento otro tacto sujetando mi mandíbula y mi cabeza, como impidiendo que me ahogue. Escucho gritos lejanos, entre la desesperación y la rabia. No distingo sus voces, no entiendo lo que dicen. Pero cuando trato de abrir los ojos vuelvo a caer inconsciente.
            Despierto con un sudor frío y algún que otro temblor en el cuerpo. Tengo los ojos llenos de legañas y me cuesta abrirlos. Siento cómo alguien retira el pelo de mi frente y apoya un paño caliente en él. Distingo un brazo pálido y delgado, hasta que mi vista alcanza a su rostro y lo enfoca. ¿Ella? Tengo que estar muerto y haber llegado a un extraño paraíso porque esto no acaba de ser para nada creíble. Trato de preguntar, de hablar, pero creo que sólo he logrado emitir sonidos escalofriantes.
            - ¿Cómo te encuentras? –acerca su pequeña cara a la mía y vuelve a pasar su mano por mi pelo, acariciándolo de una forma tierna que se me hace desconocido, un gesto tan simple y tan irreconocible en mi carne.
            Quiero levantarme, dar conciencia de que soy capaz de valerme por mi mismo, pero mis músculos no responden, están totalmente entumecidos. Me concentro en enfocar mi mirada en sus ojos, y descubro ese pozo de misterio, esas pupilas negras metafóricas de sus secretos, y ese iris marrón, dulce como la miel, que reflejan su cara más compasiva. No hay duda, es ella. Pero no sonrío, sólo me siento más confundido. Mi acto reflejo es el de levantar la mano y acariciar esa mejilla rosada tenuemente, seguro que es tan delicada y suave como la más bella escultura. Fallo. Ni siquiera soy capaz de mover mis dedos.
            - Q..
            ¿Es que tampoco soy capaz de hablar? Mis pensamientos se tejen como telas de araña dentro de mi mente, los recuerdos pasan a un ritmo frenético, como una película pasada a cámara rápida, y todo se vuelve negro de nuevo. El alcohol, el tabaco, su figura, mi frustración, y ella, siempre ella.
            - Estás a salvo, Jack, estás bien.
            Su voz es apenas un tenue susurro, inocente. Huye, huye ahora que puedes. Me siento como un cazador agazapado, como si ella fuera la gacela a la que he estado esperando. Y estoy hambriento, deseando saborear su carne.
            - ¿Dón…de … e…s…toy?
            Mis labios están quebrantados, dolidos, agrietados, cada sílaba que he pronunciado ha sido como un corte en mi boca.
            - Estás en casa de Bobby. –se detiene por unos segundos, como si supiera que necesito ese tiempo para procesar la información- Esta mañana cuando fue a la universidad te encontró tendido bajo un árbol –vuelve a pararse- Estabas borracho y prácticamente desnudo. Cuando te trajo a casa tuviste un ataque de hipotermia. Pero ya estás bien.
            Ha hecho bien hablando despacio y con pausas porque no logro creer en todo lo que me ha dicho. Tengo demasiadas lagunas, muchas preguntas. Y desde hace años, siento inseguridad. Cierro los ojos y me siento mareado de tanta información. Expiro lentamente y vuelvo a abrir los ojos, tratando de ser el adulto que creo que soy. Me incorporo, alejándome de ella, me siento sucio.
            - ¿Por qué no llamasteis a una ambulancia?
            Ella se encoge débilmente de hombros y veo el miedo en sus ojos. Arqueo las cejas. ¿Qué pasa?
            - Ya… Ya sabes los problemas que Bobby siempre ha tenido con la policía. Tuvo miedo de que creyeran que te había hecho algo.
            Alzo ambas cejas, ahora estoy más desconcertado. Ella prosigue, como leyendo mis pensamientos.
            - Tiene varias denuncias por agresiones… brutales. –desvía la mirada y se muerde el labio inferior, no logro descifrar el sentimiento que cubre su cara, pero no presagia nada bueno- antes… Era así, pero ha cambiado.
            Asiento despacio y es entonces cuando reparo en que estoy totalmente desnudo. Me tapo rápidamente con la manta y por un segundo, me avergüenzo. Por suerte, ella no parece darse cuenta de mi actitud infantil.
            - ¿Y dónde está el héroe?
            Pregunto con naturalidad, sin rastro de sarcasmo. Él me ha salvado la vida. Es irónico cuando yo intenté hacer lo mismo por él tantas veces y no pude.
            - Cuando ha visto que tu pulso se volvía constante y tu temperatura volvía a ser normal ha bajado a la farmacia.
            Suspiro.
            - Está bien, Mery, os debo mucho, me habéis salvado, pero creo que va siendo hora de que me vaya al hospital. Sois buenos chicos, pero ninguno tenéis estudios de medicina.
            Ella ladea la cabeza, con una sonrisa burlona. Me desafía con la mirada y río estúpido.
            - No irás a irte sin darle las gracias a Bobby, ¿verdad?
            Se cruza de brazos y frunce el ceño, pero su sonrisa fruncida la delata. El calor que recorre mis venas se lo debo a su paciencia, a su forma de tratarme. Como si fuera un crío, como si fuera un adulto. Como si me conociera de toda la vida.
            - Me rindo, eres una dura adversaria y yo estoy muy cansado.
            Su risa es melodiosa, cada carcajada es como una nota musical, cálida. Se levanta y echa una nueva manta sobre mi para después colocar cojines bajo mi espalda y cuello. Es tan reconfortante ver cómo cuida de mi que por primera vez no me lamento de estar enfermo. Cuando vuelve trae entre sus huesudas mano una pequeña taza humeante, la coloca entre mis dedos y sonríe.
            - Te preparé algo de té para cuando despertaras, te hará sentir algo mejor.
            Otra vez consigue hacerme sentir… Pequeño. Es tan altruista que me odio por no ser un poco más como ella. Soplo el líquido, esperando a que se enfríe, un solo sorbo consigue templarme. Aún siento el frío de la madrugada calado en mis huesos.
            - Está muy bueno, gracias –comento sincero- ¿Vivís juntos?
            - ¿Bobby? ¿Bobby y yo? –siento cómo se le acelera el pulso- Sí… y no. Es… Es algo raro. –vuelve a desviar la mirada, mordiéndose el labio inferior. Empiezo a aprender que cuando hace eso sus palabras esconden algo oscuro, algo que me atrae aún más a ella-
            - No te preocupes, Mery, si no quieres contármelo no pasa nada, era por hablar de algo mientras él llega.
            Ella asiente abatida y deja caer sus hombros, la tensión desaparece brevemente hasta que parece estar dispuesta a hablar.
            - Sufría abusos en casa –bien, Jack, has metido la pata hasta el fondo. ¿Quién cojones te manda preguntar?- Bobby lo descubrió una vez al venir a casa a buscarme de sorpresa, aún éramos amigos y… Le dio una paliza a mi padre. Desde entonces me vine a aquí, es una especie de refugio. Sólo voy a casa cuando mi madre está sola, y de vez en cuando. Ella sabía perfectamente lo que… Él hacía conmigo. Y nunca dijo nada, nunca le paró…
            Quiero abrazarla, quiero estrecharla y detener todo el dolor que destilan sus palabras. Ojala en mis brazos pudiera encontrar su hogar. En sus labios se dibuja una mueca triste, y lucha contra sus propios impulsos para terminar sonriendo. Me encuentro sin palabras, sin forma de aliviar su pena. Jamás se me había dado bien consolar a nadie, nunca. Sólo empeoraba las cosas.
            - Eres una chica muy fuerte –comento en alto, creyendo que sería un pensamiento para mi mismo-
            - Gracias… -susurra-
            Entre nosotros aparece una silenciosa barrera, algo que nos separa y me incomoda. La tensión se corta con un cuchillo y me arrepiento de haber abierto mi bocaza. Trago saliva con dificultad y doy un nuevo trago a la taza de té. Está delicioso. La miro de reojo, pero ella sigue ocultándose tras su melena negra.
            - ¿Mery? –pregunto con necesidad de saber que está bien, que no está llorando.
            Se gira despacio, apartándose el pelo, colocándoselo tras la oreja. Su infinita sonrisa sigue ahí, como si fuera la espada con la que combate cualquier batalla.
            - ¡No me llames Mery! ¿Es que a ti te gusta que te llame señor? Pues a mi tampoco me gusta Mery –de nuevo esa forma de actuar risueña y encantadora- Te dije que me llamaras Akhi.
            Recuerdo a la perfección la conversación en el jardín. ¿Ella también? Es la segunda vez que me hace sentirme avergonzado.
            - Está bien, Akhi –repito su nombre con cierta burla, buscando su gesto infantil.
            Y lo encuentro. Me gano un pequeño manotazo que casi derriba el té. Aprovecho, y me quejo, como si me hubiera dolido de verdad. Ella se encoge y se preocupa. Entonces rompo en carcajadas, ganándome un nuevo golpe, esta vez, más fuerte.
            - ¡Vale, vale! ¡Estoy enfermo!
            Ambos nos evadimos entre esas risas cómplices y sinceras hasta que suena el golpe de una puerta al cerrarse. Parece que el hombre de la casa ha llegado. Cuando el chico se asoma por el umbral de la habitación, descubro que trae marcadas ojeadas y aspecto cansado. No puedo imaginarme cómo se ha sentido toda la mañana manteniéndome en calor. Su preocupación, su ansiedad. Le conozco bien. Pero ahora sonríe, tranquilo.
            - Creo que alguien se está recuperando.
            Deja las bolsas sobre la mesa y se acerca a Mery para depositarla un rápido beso sobre los labios, sentándose con nosotros.
            - Me alegro de verte mejor, Jack, nos has dado un susto de muerte.
            Me siento como un niño que ha preocupado y defraudado a sus padres.
            - No sé cómo agradecértelo, Bobby, no estaría vivo si no fuera por ti.
            Él sonríe de medio lado y su pecho se hincha de orgullo. No es difícil adivinar que pocas veces le han premiado por su buen comportamiento, pero yo siempre he sabido que él tenía un enorme corazón.
            - Basta con que te recuperes.
            Le hago un gesto con la cabeza, agradeciéndole de nuevo lo que han hecho. Pero no me puedo quedar allí eternamente. Tengo que volver a mi casa, a mi… Rutina.
            - He llamado al instituto y a la universidad. Les dije que te habías puesto malo y que no podrías ir hoy. ¿Qué te ha pasado? ¿Una larga fiesta anoche?
            Río irónico. Si ellos supieran… Asiento, ocultando la verdad.
            - Algo así, hijo, algo así… -ambos sonríen y vuelvo a reparar en mi desnudez- No es por nada, pero… Estoy desnudo.
            Si no llego a decirlo igual ellos tampoco se hubieran acordado.
            - ¡Cierto! –ríe Bobby- Akhi, ¿se ha secado ya su ropa?
            Ella se levanta y desaparece de nuevo.
            - Puedo llevarte a casa si quieres, J, no me cuesta nada. Pero si quieres quedarte esta noche aquí, también puedes hacerlo, esta también es tu casa.
            El pequeño Bobby ha cambiado mucho. Es atento, es cuidadoso. Es increíble. Me pregunto si su cambio se deberá a la pequeña, o si yo llegué a influirle de verdad. Me asaltan los viejos fantasmas de mi responsabilidad sobre él.
            - Has hecho demasiado por mi ya. Creo que es hora de que me vaya a casa y descanse.
            Mery entra de nuevo y trae perfectamente planchados cada una de mi ropa. O lo que hay.
            - Sólo llevabas puesto ese pantalón de pijama –me informó- Te he traído algo de ropa de mi padre –basta que le nombre para que yo sienta un escalofrío de asco y pena- creo que bastará para que llegues hasta tu casa.
            - Te dejaremos algo de intimidad para que te vistas.
            Bobby se levanta y pone su mano sobre la espalda de su novia mientras salen de la habitación. Miro la ropa y siento repulsión, no quiero tener contacto con la ropa de un hombre que ha sido capaz de hacerle… eso a su propia hija.
            Pero no tengo más remedio. Mis movimientos aún son torpes, pero los recupero poco a poco. Cuando termino de vestirme salgo de allí y les encuentro en el sofá, fumando. Se giran y veo la felicidad en sus caras. Son una gran pareja.
            - Gracias de nuevo, chicos. Gracias. Os debo una –no puedo ser más sincero.
            Ellos me contestan con sus sonrisas amables. Bobby se levanta y se reúne conmigo, listo para llevarme de vuelta a casa. Antes de que salgamos, Mery corre hacia nosotros y me coge la mano. Nunca hubiera previsto el enorme escalofrío que ese contacto hace que recorra toda mi espina dorsal. Sobre mi palma posa algo que no logro ver porque pone su mano sobre la mía.
            - Es un dragón –explica- te protegerá.
            Sin soltarla, llevo sus dedos hacia mis labios, donde dejo un beso de cariño y agradecimiento. Ella se sonroja y retira divertida la mano.
            - Cuídate, Jack.
            Me despido con la mano y poco después me encuentro tras Bobby subido en su vieja moto.

            Es casi media noche. Llevo unas cuantas horas en casa desde que Bobby me dejó allí. No he hecho nada más que estar tumbado en la cama mirando el colgante que Akhi me ha regalado. Sonrío y lo aprieto con fuerza, como si fuera a protegerme de verdad. Cierro los ojos y no temo. No tengo pesadillas. Caigo rendido a un placentero y tranquilo sueño.

            Pero nada dura eternamente.

            El sonido del teléfono zumba junto a mi oído, despertándome de golpe y con el corazón desbocado. Los rayos del sol que se cuelan por la persiana me ciegan. ¿Ya es de día? Parece ser que he dormido toda la noche del tirón, sin ningún problema, sin ninguna pesadilla. Sin insomnio. Algo que llevaba mucho tiempo sin saber lo que era. Tanto, que he olvidado que el móvil está sonando. Es Bobby. Frunzo el ceño, preocupado y contesto.
            - ¿Si?
            - Jack, espero no molestarle, pero necesito que me devuelva el favor.
            Un hormigueo crece en mi estómago, presagiando algo.
            - Claro, hijo, ¿de qué se trata?
            - Es Mery.



viernes, 13 de mayo de 2011

Capítulo 3.

Buenas :)
No sé si me leerá alguien o algo, pero si lo hacéis, os doy desde ya las gracias por hacerlo, para mi es muy importante esta historia. Aquí tenéis un nuevo capítulo que me ha costado mucho escribir y ni siquiera sé si lo dejaré así porque lo veo un sin sentido.
Por favor, dejadme comentarios con lo que opináis.
Gracias, y feliz fin de semana!




La semanas pasan más lentas de lo normal, apenas concibo el tiempo que paso con la mente envuelta por el humo de los cigarros o por las mareas de alcohol. La pequeña chispa de ilusión que la pequeña Mery había traído ha desaparecido tan rápido como se ha avivado la fogata de la desesperación. Los minutos pasan tan despacio en comparación a lo deprisa que ando que me parece estar viviendo en una película surrealista. Me mezclo entre la gente y no soy capaz de sentir ninguna de sus emociones. Les veo llorar, pero no siento pena, les veo reír, y no me contagio, les veo abrazarse, pero sólo siento frialdad. Mi monstruo interior ha terminado por devorar todo lo que soy, todo lo que era.
Y esa chica… ¿Dónde está? Llevo todos estos días sin verla, ha desaparecido, se ha esfumado, como un sueño que apenas recuerdas. ¿Por qué me importa? Por mucho que me obligue a negarlo sólo veo su imagen, sus ojos oscuros curiosos y ávidos por saber se clavan en mi sien, pero cuando me doy la vuelta sólo veo soledad.
La rutina siempre me ha afectado, frustrado, crispado, pero ahora… Es mucho peor. Grito a la gente de mi alrededor sin razones para hacerlo, mi paciencia es más escasa y mis ganas de mandarlo todo a la mierda aumentan cada minuto. Y cada vez que me refugio en mi pequeño trozo de jardín de paz me siento vacío y estúpido al no verla.
Martes. Miro las agujas del reloj, segundo a segundo. Uno, dos, tres, cuatro… Un solo minuto y empezará a vibrar con su estridente sonido. Y así lo hace. La alarma se adentra en mi cerebro, martilleándolo, destrozándolo, recordándome lo fantástico que es levantarse con resaca. Me levanto, levanto la tapa, la otra tapa, meo. Joder, estoy tan harto de la redundancia. Termino de vestirme, huelo la ropa y decido echarme unos cuantos kilos de desodorante para camuflar el olor a sudor y suciedad. Debería llevarle todo eso a mi madre o quemarlo. Miro la cafetera y esta vez siento una arcada. Esta no será una mañana de café. Pero sí de pastillas contra el dolor de cabeza. Sé que no sirven para nada, no para lo que yo tengo, pero espero poder engañar a mi mente y dejar que actúe como placebo.
Mi desayuno no me ha retrasado y después de tantos días llego a la hora al instituto. Pero haga lo que haga, sigue siendo lo mismo. Gritos de niñas histéricas, payasos de instituto, todos corriendo para llegar a tiempo. Cojo el coche para seguir con la pesadilla y me meto a la cafetería de la universidad. La camarera desde hace un par de semanas ha decidido repetir mi menú con voz de pito e intentando humillarme. Cada vez que lo hace se me escapa una leve sonrisa ladeada que deja ver lo irónico que me resulta su irritante gesto. Ella siempre se da la vuelta de forma brusca, se hace la ofendida. Algún día tendría que plantearme la posibilidad de que mis comidas vinieran con salsa extra por su parte. Prefiero no pensar en eso y deleitarme en algo de comida que no sea prefabricada.
Disfruto tranquilo de mi insípida mousse de chocolate cuando se me atraganta, volviéndose demasiado dulce. No puede ser. Creo haber visto su larga melena negra ondeando mientras corretea por el campus. Dejo el dinero sobre la mesa y mis pies siguen su instinto. Intento agarrar las riendas de mi corazón, pero está desbocado ante su imagen. Has de aparentar tranquilidad, Jack. Me recuerdo una y otra vez mientras me enciendo un cigarro e intento parecer despreocupado. Apenas la he alcanzado cuando una sombra cruza frente a mi y alza su pequeño cuerpo por su cintura. Sonrío, esta vez no soy sarcástico, soy un hombre de 39 años que se descubre siguiendo a una cría. Triste realidad.
Cuando se giran puedo ver su cara. Es como la he recordado todo este tiempo. Esculpida en la delicadeza y la inocencia, color marfil con las mejillas teñidas de rosado. Y el cuidado con el que Bobby la trata, es como si no le conociera. Y nunca lo has hecho, Jack. Esa punzada de decepción al pensar en él es un aguijón diminuto que ha hecho una enorme llaga.
- ¡Señor O’Connor! –ríe él mientras la suelta y se acerca.
Mi mirada se desvía hacia ella el tiempo necesario para ver cómo se esconde tras su pelo y sonríe tímida, observándonos. Cojo la mano de Bobby y con la otra le revuelvo su despeinada cresta.
- ¿Qué te dije? –bromeo sin dejarle- ¡¡JACK!! ¡ME LLAMO JACK!
Él forcejea mientras se le escapan las carcajadas. Su juventud se me contagia, su espíritu rebelde se cuela por los poros de mi piel y recuerdo aquellos días en los que parecíamos hermanos.
- ¡Está bien, Jack! –se queda quieto, suplicando que le deje, pero cuando lo hago toma mi posición y soy yo quien tiene que pedirle clemencia.
Ninguno de los dos para hasta que la melodiosa y sobre todo suave, como si fuera un susurro, voz de su chica nos detiene, como si fuera la música capaz de apaciguar cualquier fiera.
            - Bobby, tienes que ir a clase.
            Sus ojos cambian radicalmente cuando la mira a ella y yo sólo puedo desviar mi mirada. Pasa su brazo por sus hombros y la acerca hacia mi posición.
            - Jack, esta es mi chica, Akhi. Él es un antiguo profesor y… amigo, sobre todo.
            - Qué manía con hacerme sentir viejo.
            Río mientras tomo su mano entre la mía con miedo, con cuidado, como si se tratara de una pieza exclusiva y única de un material fino y frágil y yo sólo fuera algo tosco que pudiera romperlo o agrietarlo con un solo roce.
            - Bueno chicos –quito mi mano con rapidez- me voy a ir a descansar un rato antes de que empiecen otra vez las clases.
            Me voy a dar la media vuelta cuando Bobby me para con uno de sus alaridos.
            - ¡J! -¿en qué momento ha pasado del señor a tomarse tantas confianzas?- ¿Te importaría quedarte un rato con Akhi? Hoy solo tengo una hora de clase y no me gusta que esté sola por estos lugares…
            Frunce el ceño pero sus ojos brillan con ingenuidad. Inconsciente empiezo a tartamudear, a buscar con torpeza alguna excusa, alguna disculpa. No entiendo mis nervios, mi dificultad para no ser ágil con mis respuestas. ¿Sigo borracho? Suspiro y asiento, finalmente derrotado.
            - Está bien.
            Bobby le roba un beso que hace que ella vuelva a sonrojarse y sonría enamorada. Y yo… yo simplemente parezco uno de los perros de Pavlov salivando. ¿Cuánto hace que no me enrollo con una mujer? Definitivamente doy pena.
            Caminamos silenciosos hacia un lugar que ambos conocemos, hacia ese jardín que tantos secretos nos oculta. No puedo evitar observar sus movimientos, sus gestos a la hora de andar. Mira sus zapatillas y deja que su melena oculte sus facciones, como con miedo o vergüenza de que descubran quién es.
            Nos sentamos en el césped, apoyados junto a un árbol. Jugueteo con un cigarro mientras ella saca un nuevo libro. Me emociona ver cómo sigue trayendo reliquias y tesoros en forma de páginas. Enciendo el pequeño diablo cuando ella me mira con sus profundos ojos y yo tengo que dar una calada.
            - Es Demian de Herman Hesse.
            Y se acuerda de mi metedura de pata… Qué bien. Pero no es lo que más me llama la atención. Ese libro es tan complejo y maravilloso que sólo puedo pensar en lo increíble que se me hace que ella lo esté leyendo. Sin pedir permiso tomo el libro entre mis manos y acaricio su cubierta. Sonrío. Recuerdo las palabras escritas en él, sus enseñanzas, la marca de Caín. Se lo devuelvo y la escruto con la mirada. Quizá no se pueda ver o reconocer, pero en su frente está marcado ese brillo que sólo la gente especial tiene, eso que la distingue entre todas las demás. Tan pequeña, tan sabia.
            - ¿Lo conoces? –pregunta risueña
            - Bastante bien –reconozco para mis adentros, riendo- Creo que es uno de los mejores libros que se han escrito. Si quieres conocerte a ti mismo tienes que leerlo, tienes que llegar hasta él, el verdadero significado de Demian. Ese libro cambia a una persona.
            Mery agacha su pequeña cabeza orgullosa, no parece estar acostumbrada a compartir sus gustos con los demás, y mucho menos que la entiendan sobre lo que habla. Le ofrezco un cigarrillo que coge rápida y ríe.
            - ¿Te cambió?
            Me pilla desprevenido. Tengo que cerrar los ojos y repasar las etapas de mi vida. La primera vez que ese libro cayó en mis manos. Lo joven, estúpido e ingenuo que era. Lo tomé como un arma, como la salvación que todo ser humano necesitaba. La decepción al ver que era el único que creía en ello, la rapidez con la que toda esperanza se fue marchitando hasta que dejé de creer en mi mismo. Pero eso ella no debía saberlo, tenía que seguir creyendo en ella misma, tenía que seguir encontrando su camino.
            - Sí –contesto sincero- pero muchas cosas lo hacen a lo largo de la vida. No debes estancarte, no dejes que esto marque tu vida, esto tiene que ser sólo el principio.
            Me gusta su sonrisa medio ladeada cuando escucha, la atención que presta, las pocas pecas de sus mejillas resaltadas. Me gusta que me haga caso. Damos una calada a la vez y nos quedamos en un silencio que está lejos de parecer incómodo. En el ambiente fluyen mis palabras, haciéndonos recapacitar.
            - Cuando me siento perdida leo, me busco entre las líneas. Más de una vez me sorprendo reconociéndome y encontrando las respuestas que he buscado en los lugares equivocados. Deberías hacer lo mismo.
            Y me roba la voz, el ingenio. ¿Quién es el adulto ahora? Me acaba de dar una lección y se aleja de mi cuando aún no he sido capaz de procesar lo que ha dicho. ¿Cómo ha podido ver dentro de mi sin apenas cruzar unas palabras? Termino el cigarro y me vuelvo a ver solo.
            La vuelta a casa es veloz, ansiosa. Abro la despensa y cojo mi vaso ancho, hielos y mi inseparable amigo Jack Daniels. Poso todo sobre el suelo mientras tiro de las estanterías todos los libros mediocres, cada parte de mi vida que ha sido envenenada. Busco algo que ni siquiera sé que es. Me guío por el instinto. El líquido dorado va bajando a medida que crece mi desesperación. Por el suelo se extienden ejemplares de Shakespeare, Poe, Herman Hesse… Y nada me llena, nada me satisface ese sentimiento al cual no sé poner nombre, porque no lo recuerdo, no lo reconozco. Y su fantasma, su vívido fantasma se crea de nuevo con el humo del cigarro. Te equivocas de camino.
            Y en su imagen irreal se muerde el labio inferior, se insinúa, me tienta, mas cuando voy a agarrarla y hacerla mía se esfuma, haciéndome caer en un vacío cubriendo sus grietas con más alcohol.
            Y como una surrealista escena de American Beauty me encuentro sumergido entre los libros que han caído de mi particular “biblioteca”, nadando como un estúpido borracho entre letras borrosas que no logro entender. ¿Qué es lo que ella espera que encuentre? ¿Qué quiere que busque?
            Tengo que verla, tengo que encontrarla. Ella es la respuesta.
            ¿Cómo he llegado hasta aquí? Siento el frío de la calzada, del viento de la madrugada. No sé a dónde me dirijo, a dónde me mandan los pies, pero veo asomarse el sol al otro lado de la ciudad. Pero algo dentro de mi refuta a darse por vencido, no esta vez, no dejaré que me venzan una vez más.
            ¿Y qué hago en nuestro jardín? Me siento bajo el árbol, sin importar la humedad y me fumo un cigarro esperando a que ella venga, a que acuda a mi llamada de auxilio. Pero pierdo el conocimiento, cayendo en los brazos de Morfeo sobre una cuna verde de rocío.