De nuevo conduzco hacia la universidad. Lo mismo de siempre. Sólo deseo refugiarme por unos minutos en el jardín secreto –había pensado en llamarle el jardín del olvido, pero no lograba evadirme de mi patética vida-. Eso hago cuando la camarera me da el ticket –joder, es el mismo precio de siempre, ¿por qué se molesta en tardar tanto?-. Me dirijo con un paso aligerado, tratando de descansar allí durante un rato. Ya cuando estoy allí me regodeo en el que no hay nadie. Y sin embargo, unos minutos después, me frustra. Siempre estoy solo, ¿por qué no un poco de sabiondos hablando de sus teorías de fondo? En fin… busco entre mis pantalones qué entretenimiento puedo tener –si realmente me pusiera a descansar acabaría dormido allí mismo- y me encuentro el paquete de tabaco. Y me enciendo otro cigarro. Acomodo mi cuerpo y cierro los ojos mientras disfruto de él. Pero la paz nunca parece durar.
- ¡Perdone! –esa voz… - ¿tiene fuego?
Ni siquiera he abierto los ojos –sea quien sea no se ha dado cuenta porque no me he quitado las gafas de sol- pero cuando lo hago me encuentro un par de ojos marrones escrutándome.
- Señor, ¿está bien?
Me quito las gafas de sol mientras intento fruncir el ceño.
- ¿Qué le había dicho yo de llamarme señor?
Se sonroja mientras se muerde el labio. -¿lujuria o vergüenza?-
- En realidad nada. Sólo había dicho que no se consideraba tan viejo como para que le llamaran señor.
¡Din! Punto para la señorita.
- Es cierto –la sonrío amablemente- Dime, ¿querías fuego verdad?
- ¡Oh si por favor! – levanta su cigarro – soy un desastre, siempre me olvido algo. –agacha un poco la cabeza mientras mira para otro lado- Por cierto, mi nombre es Mary, pero mis amigos me llaman Akhiro, aunque cariñosamente acabaron por llamarme Akhi.
- Está bien, Mary –me devuelve el mechero- ¿Acaso te llaman así por alguna serie manga? –en realidad yo seguía siendo un Friki y el nombre me había sonado muy oriental-
- En realidad –para, para darle otra calada al cigarro- aunque me gusten ese tipo de series… -se le colorean las mejillas- es por el nombre de un antiguo y dorado dragón japonés. Es aún más freak de lo que se pensaba, ¿verdad?
Sonrío, no porque lo piense realmente, sino porque me encantaría seguir preguntándola acerca de el por qué, desde cuando, quién lo eligió, si sólo era un mote cariñoso que Bobby le había puesto, cuál era la historia de ese dragón.
Para, Jack, vas a saber más de lo que nunca deberías haber empezado. Levanto mi mirada de mis zapatos mientras me zafo con esos ojos marrones y profundos, espiándome desde detrás de su larga melena morena.
- Nada de eso, suena interesante –le dedico una sonrisa para tratar de ser algo más agradable-. ¿Qué libro te has traído hoy?
Lo he dicho sin pensar, lo juro, ni siquiera había reparado en ello cuando la vi llegar, bueno, quizá si me picó la curiosidad. Mierda. Ahora pensaría de mi que no era más que un pervertido, acosador, violador, carterista… y un pederasta. Por Dios, ¿cuántos años tiene esta cría?
- Lo siento, no he dicho nada, ha sido una confusión de pensamientos. Tengo clase, adiós.
Veo su cara, atónita, entre un blanco pálido (que siempre le he visto lucir, pero aún más exagerado) y un rojo acalorado.
- No, ¡espere!
Pero para cuando lo dice yo ya estoy saliendo del jardín. Huyo. Me adentro en una de las aulas, esperando no encontrarme a nadie, y así es. Aún falta un largo rato para que entren los alumnos. Me apoyo en la pared y me descubro a mi mismo con la mano sobre el pecho y respirando agitadamente. Estoy nervioso. Y tengo una mezcla de sensaciones en el estómago. Vergüenza, timidez, ansiedad.
Me asomo a la ventana esperando distinguir su largo pelo entre la gente. Imposible, al parecer no ha salido del jardín, y desde aquí es imposible verlo. Me enfurezco y pego un puñetazo contra la puerta.
- ¡Joder! –grito mientras me aprieto los nudillos-
Vuelve a sonar la puerta, alguien me sobresalta. Sigo teniendo los nervios a flor de piel, sin ninguna razón lógica.
- ¡¿Jack?! ¿Qué hace aquí señor?
¿Bobby? ¿Qué hacía él allí? Trato de parecer relajado y me acerco con paso lento hacia él.
- ¿Qué haces tú aquí, hijo?
- Sólo he venido a por mis cosas, marcho ya. No sabía que trabajara aquí.
- Sí, bueno, en este aula no, sólo he venido… He venido… -busca rápido una excusa o el chico empezará a pensar por sí solo y no sabrás el qué- a por… ¡tiza! Eso es, qué despistado estoy. No quedaba en mi aula, y así me daba una vuelta por la universidad. No la conozco muy bien, y mira qué sorpresas me llevo.
- Está bien señor J, a mi no tienes por qué darme explicaciones. –recoge sus cosas y va directo hacia la puerta- Es siempre un placer verte, ojalá sea más a menudo.
Sale sin darme tiempo a despedirme, o a decir que para mi también es un placer verle, aunque por dentro sigan mis frustraciones sobre él. Sigo sin estar preparado para tratarle como a un adulto, siempre será para mi ese niño metido en problemas. Yo también debería salir de esa aula, para no tener más momentos incómodos, e ir a la mía. Ando, me sé el camino de memoria, la rutina, y mis pies se dirigen hacia allí, y yo bajo la cabeza, contemplando cómo lo hacen.
Esa chica… Esa chica era tan distinta a todo lo que conocía y había conocido. Hasta el momento en el que la conocí. Mirar a sus ojos es ver una caja, llena de misterios, un pozo al cual quieres alcanzar a ver su final, y un brillo, un brillo que ni las estrellas tienen. Es como… Como si fuera esa salsa que le falta a mi vida. Como si fuera el intento de solucionar todo lo malo que hice en el pasado. Es ella, pero soy yo. Es mi reflejo en el espejo, todo lo que he sido, y todo lo que quiero ser.
Cállate ya idiota –me obligo a pensar- Sólo quieres proyectar en ella todas tus esperanzas de no morir de aburrimiento, y una forma de pedir perdón por todas las cosas que has dejado de hacer y olvidado. Todo porque ella es lo más interesante que ha ocurrido en tu vida desde hace años. Ahora, vuelve a la realidad, ES UNA NIÑA.
Y es cierto. Tengo que poner los pies sobre la tierra de nuevo, ella no es ningún motivo para comportarme de esta manera. No es más que una cría, soñadora, pero una cría, tendría que tratarla como una hermana pequeña, o mejor, como una hija para darme cuenta de quienes somos cada uno y qué papel debo adoptar. Además –pienso de forma irónica- es la chica de Bobby.
Unos minutos más tarde, estoy en mi aula. La clase se rige con normalidad y no hay más remedio que volver a casa. Todo sigue como siempre. No ha venido ningún tipo de hada y lo ha convertido en un palacio, ni ha venido ningún huracán y se lo ha llevado todo, por desgracia. Descongelo la cena y un rato después todo está listo. Luego, surge de nuevo esa picadura. Tabaco. Enciendo uno. Al acabar, y ante la aburrida basura televisiva decido ir a la cama, a tratar de dormir, o algo. Llevo ya una hora o dos dando vueltas sobre la cama. El maldito insomnio acabará un día conmigo. Me levanto, voy al baño. Meo. Voy a la cocina y saco la botella de whiskey. Sólo queda una, Jack, esta semana te has lucido. Tengo que reprocharme a mi mismo, sino, nadie lo hará. Y probablemente aunque lo haga, lo más seguro es que no escuche o no me moleste en escuchar.
- Viejo tocayo –digo mirando la botella de Jack Daniels-
Me sirvo en un vaso de culo grande un largo trago del whiskey. Lo miro, lo huelo, y, simulando que el propio vaso es una persona grito:
- ¡Por los viejos tiempos!
Y por los viejos tiempos sería. Mi botella me había acompañado en mi soledad hacía ya algo más de una década. Era patético, pero al menos, nunca me había quedado solo… Del todo.
Llevo ya unos cuantos vasos, apenas me tengo en pie. Caigo sobre el sofá, derribándose encima unas cuantas salpicaduras sobre mi ropa. Río. Mi estado no es el mejor, pero nadie estaba allí para reírse o llorar. Encuentro el paquete de tabaco a mi lado. Saco un cigarro y lo coloco entre mis labios. ¿Tiene fuego? , en alguna parte de la habitación escucho una voz femenina, de sirena en ese momento. Sé que estoy sólo, pero mi mente está nublada y escucho de forma repetida la misma frase. ¿Tiene fuego? El humo del cigarro se amontona delante de mi cara, gira de forma extraña, y de forma casi hipnótica va dibujando una figura en el aire. Veo su melena, y su precioso rostro, sosteniendo un cigarro entre sus labios. Su labio inferior. Quiero morderlo. Perdone, ¿tiene fuego?
Fantasma, eso es lo que es. Como el cuervo de mi admirado Poe, ha venido esta noche para atormentarme en mi desdicha. Para burlarse de mi soledad. Para confundirme y hacer caer en la trampa de la lujuria. Cojo la botella, y sin echarlo en el vaso, bebo directamente de la botella hasta que se acaba. Ella sigue delante de mi, mirándome con esos ojos pícaros. Tiro la botella de cristal, atraviesa el humo, deshaciendo la imagen y cayendo al suelo, se rompe en millones de cristales, y provocando un estruendo. Como el que en este momento hay en mi cabeza, parece que los cristales estuvieran dentro de mi mente. Al menos el fantasma desapareció. Todo comienza a dar vueltas, la habitación está girando. Me mareo. Caigo sobre el sofá.