miércoles, 9 de marzo de 2011

Capítulo 1.

 Se levanta cerrando con prisa su libro, lo guarda dentro de una mochila negra que está llena de pintadas –típica mochila adolescente- y va directa a la entrada de las facultades. A través de los cristales la encuentro, saludando a unas cuantas personas, y de repente sale disparada hacia alguien, sobre quien salta y abraza, y da un apasionado beso. “Ah, Bobby” pienso para mis adentros.
Bobby fue alumno de mi instituto, y luego entró en mis clases de escultura, hasta que vio que lo suyo no eran las cosas que llevaran detalle y se metió a otro tipo de estudio, ahora no sé cuál, pero no el de escultor precisamente. BobbyBobby era un chico muy característico que en cierta manera me recordaba a mí. Tenía 21 años –si no he hecho mal las cuentas- y su aspecto era el del eterno rebelde. Su tez pálida contrastaba con su raya del ojo negra corrida. Llevaba unos pantalones ajustados negros, pitillo, y unas míticas convers negras y rotas. Su camiseta con las mangas cortadas no podía faltar que sin duda le hacían parecer más delgado de lo que ya estaba, además de ser alto, muy alto. Llevaba casi toda la cabeza rapada, excepto el centro, que llevaba un largo trozo de cabello echado hacia delante a modo de flequillo en pico que le caía al centro de la nariz, como el mítico peinado del cantante de The Misfits. Tenía ese aspecto de rock star al cual no le importaba nada de lo que dijeran y por lo que parecía a la chica le volvía loca.
Bobby había cambiado, antes era un chico conflictivo, pero al ver la manera que tenía de abrazar a la pequeña parecía que había dejado a un lado las drogas –aunque le viera fumarse un cigarro en ese momento- y le veía sonreír, algo que no conseguí hacer por él en ningún momento de mi vida. Vi como se alejaban montados en una moto, algo vieja pero con un motor que sonaba a nuevo.
Estúpido de mi, cotillear los alumnos, a los críos. ¿Tan aburrida se estaba convirtiendo mi vida? Pienso que sí, porque la clase fue igual que las demás, aburrida, con jóvenes perdidos entre grandes masas de arcilla que preguntaban constantemente las mismas preguntas de la clase anterior, y yo empezaba a tirarme de los pelos.
Acaba la clase y cojo de nuevo el coche, pasándome del límite de velocidad. Necesito con urgencia tirarme en el sofá y olvidarme de mi vida por un rato. Subo deprisa las escaleras hasta el tercer piso (en el que yo vivo), ya tengo las llaves en la mano preparadas así que entro y me tiro en el sofá sin mirar qué hay debajo. Me recuesto y miro encima del televisor, que he encendido a duras penas con el mando a distancia de pilas casi terminadas. Pero no es la caja tonta lo que llama mi intención, unos centímetros por encima hay un libro que parece estar llamándome a gritos, ahí está, y no deja de berrear mi nombre, “La Naranja Mecánica” me está pidiendo ser leído.
Y así me paso la noche, leyendo con avidez y cierto “hambre” aquellas páginas sacadas de la mente de algún genio –o un loco-. Y de la misma manera despierto, el libro sigue abierto, sólo que sobre el suelo y mi mano extendida hacia o él, o tal vez, hacia la botella de Jack Daniels que también está tirada. Sin embargo no siento dolor de cabeza ni los demás síntomas de todas mis mañanas típicas, sólo quiero seguir leyendo. Me incorporo y recojo el apasionante libro. Quince minutos después ya le he terminado. Mierda. Vuelo a pensar. Sabía que volvería a la rutina.
Me levanto del sofá, miro la hora, mierda, otra vez tarde. Me pongo la ropa del día anterior –no puedo perder aún más tiempo- , preparo el café mientras busco desesperado las llaves del coche. Suena el teléfono.
Sí mamá, hoy te veo. ¿Qué por qué soy tan borde? Pues porque llego tarde y tú siempre tienes que llamarme a estas horas, o simplemente llamarme. Está bien que te preocupes por mí, pero no soy ningún adolescente que se ha ido de campamento. Déjalo mamá, te veo luego, tengo prisa.
Ni siquiera digo que la quiero y cuelgo deprisa. Tiro el teléfono y justo encuentro al lado del aparato las malditas llaves. Me abraso el esófago de nuevo con el café y salgo por la puerta.
Llego en el momento justo en el que están cerrando las puertas y sin pasar por la sala de profesores llego a clase. Mis alumnos están somnolientos y distraídos, esto no va a ser tan malo entonces, sólo debo mandarles que pinten un poco y así ni ellos ni yo nos molestaremos.
Acaba la clase, comienza otra, termina, comienza, termina… así pasan las horas hasta que suena el último timbre. Cojo el coche. Aparco en el garaje de los apartamentos. Subo. Mi madre ya está en la puerta, con la misma frase con la que me saluda todos los días que quedamos.
- Te veo muy desaliñado hijo, ¿quieres que venga a cuidarte unos días?
Desvío los ojos, haciendo caso omiso, como siempre. Se lanza a mis brazos, agobiándome con besos y abrazos. Entra a casa. Quejidos e histeria por el desorden, por mi nevera, por mi cuarto… ¿A esta mujer no se le raya nunca el cd?
Comemos juntos mientras ella no para de hablar, de insultar a extranjeros, de culpar a políticos, de juzgar a la juventud, de sacar chismorreos y un largo etcétera típico de una maruja, porque mi madre lo es. Tranquilos, lo sé.
Al cabo de las horas mis amigos llaman al timbre de casa y tengo que hacer que mi madre se vaya de allí antes de que se monte una nueva escena. Telefoneo y les digo que me esperen en el bar de siempre. Tengo una rara ansiedad. Mi madre comienza a escrutarme con la mirada hasta que da con su correcta conclusión.
- ¿Has quedado con una mujer verdad?
Suspiro evitando perder los estribos y mi cuerpo se tensa.
- No mamá, sólo son mis amigos, hemos quedado para charlar un rato, eso es todo.
Pero para ella eso parece ser insuficiente –para mí también mamá, pero es la realidad-
- No me lo puedo creer Jack, si fuesen tus amigos no les hubieras dicho que te esperaran allí, les hubieras dicho que subieran a esperarte. En cambio, al ser una mujer, no quieres que se cree la incómoda situación de que conozca a tu madre. ¡Ains mi niño!
Golpea con suavidad mi mejilla –lo odio, lo odio, juro que lo odio- y después la besa.
- Está bien, no hagas que te espere más, no vaya a ser que luego te dé calabazas.
- Mamá, te repito que son mis amigos, y que si se van a mi no me importa, ya les veré.
- Lo que tú quieras hijo.
Se ríe ella sola, coge el bolso y sin insistirla si quiera un poco ya se va.
¡Así que una mujer es la solución a mi madre! , sonrío irónicamente porque acabo de dar con la excusa perfecta para zafarme de ella y sus comidas eternas. Me ducho con prisa y me pongo ropa limpia que mi madre ha dejado preparada –algo bueno tienen que tener sus visitas-. Saco de la cartera unos billetes y bajo las escaleras sin prisa. Cruzo un par de carreteras y corro unas cuantas calles abajo hasta llegar al bar. La base secreta de mi grupo de amigos de siempre. Allí hemos compartido nuestras vidas, y allí la seguíamos compartiendo.
Desde fuera se escucha Highway to Hell de AC-DC y no puedo evitar soltar una carcajada, Harry ha tenido que llegar, pues cada vez que nos visita pide esa canción para su entrada triunfal. No tardo mucho más en pasar por la puerta y refugiarme en nuestra cueva –en realidad lo es, o al menos el dueño del bar quiso darle tal aspecto-. Harry tiene buen oído, pues antes de darse la vuelta completamente y verme ya sabía que yo estaba allí. Grita mi nombre y golpea con fuerza mi espalda con sus enormes manos. No termina de soltarme cuando en mi mano ya pone una copa de whiskey.
Harry no viene muy a menudo, pero cuando lo hace, el bar festeja su llegada. Es un amigo de toda la vida y eso se nota en el afecto y confianza que hay. Sin embargo, en el transcurso de los años todo ha cambiado. Antes yo no paraba de bromear, de sacar la risa de todo el mundo, de hacer chistes y sacar todo el humor mordaz y sarcástico que llevaba dentro, consiguiendo las carcajadas de todos. Ahora mis colegas trataban de unirse por llegar a crear la atmósfera que yo sólo inconscientemente implantaba, y el resultado era nefasto, pues los chistes fáciles acababan cansándonos con rapidez. Luego se esforzaban en tratar de animarme para que volviera a ser el de antes y eso era lo que llegaba a ser gracioso. Sus esfuerzos, inútiles, terminaban por agotarles mentalmente y nos poníamos a jugar a las cartas mientras bebíamos.
Pero cuando Harry venía la cosa era algo distinta, pues cuando se emborrachaba parecía todo un vikingo y era suficiente para reírnos. O reírse. En realidad hacia tiempo que no me reía plenamente, con ganas, con esa sensación de querer reír de verdad…
Harry me empuja sacándome de mis conclusiones, o hipótesis, o lo que fuese en lo que estaba pensando.
- ¡Baila un poco cabrón!
Al parecer la cerveza ya empieza a subir a su cabeza, porque, a pesar de sus 42 años, sus 1’97 metros de altura y sus 102 kilos de peso, está bailando ska como un adolescente, o un adolescente muy borracho, mejor dicho.
Viene, va, habla con nosotros, habla solo, pide una canción, pide otra cerveza. Vuelve a bailar, se gira, y da un manotazo.
Oh no. Es lo único que consigo pensar. De por sí, un hombre de sus medidas es duro, y más si te suelta un guantazo, pero tal y cuál es su estado, el bofetón –inconsciente- ha debido de ser multiplicado por doscientos mil. El grupo de jovencitos con crestas y cadenas que estaban a su lado se vuelve con malos humos, al parecer, Harry ha dado a uno de ellos. De entre el círculo de punkis aparece un chico muy alto –aunque incomparable a mi amigo-, al que Harry parece haber dado. Se hincha cuan gallo de corral. Todos nosotros corremos hacia ellos. Sabemos cómo reaccionará Harry y evitamos que se cree una pelea, la mayor parte de ellos deben de ser menores. Me pongo frente a Harry y le empujo para atrás mientras le susurro. Harry, pide disculpas y vámonos, no es el mejor momento para jaleos.
Alguien me agarra con fuerza del hombro y me gira con ira.
- El grandullón es suficientemente viejo para que…
El chico me mira a los ojos y se calla de inmediato, en su mirada veo reflejada la mía, y son exactamente iguales.
- ¡Señor O’connell!
- ¡Bobby!
Bobby parece haberse calmado y se gira hacia sus compañeros.
- Venga tíos, seguir a lo vuestro, este hombre es colega, buena gente, no ha pasado nada, venga, esfumaos.
Se quejan un poco y gruñen, pero no open resistencia y se dispersan, unos siguen bailando, y otros se van a la barra a por más bebida. Harry es arrastrado por los demás hacia una mesa.
- ¿Qué haces aquí señor O’connell?
- Bobby, hijo, señor sólo hacía falta que me lo llamaras en la escuela, y porque quisiste. Sólo soy el simple Jack, recuérdalo sino quieres que te pegue una paliza –digo riendo.
- Está bien, eh… Jack –le cuesta decir mi nombre- sigo sorprendido, ¿cómo por aquí?
Vuelvo a reír ante la estupidez que acaba de decir y mientras él me mira extrañado.
- Verás Bobby, llevo viniendo a este bar más o menos desde tu edad… Fecha en la que abrieron este bar. Ha llovido mucho desde entonces, lo sé, pero ni yo ni mi banda hemos dejado de pasarnos por aquí ninguna semana. Quizá los jueves, quizás los lunes, quizá los sábados… Todo depende de nuestros horarios. Ya no somos críos que no tenían más preocupación que la escuela, las niñas y el que nuestros padres no nos pillaran fumando o bebiendo, ahora tenemos que ponernos de acuerdo para coincidir, ya sabes, trabajo, mujeres, hijos…
Bobby ríe mientras arquea levemente su cuello echando hacia atrás su enorme flequillo.
- Nunca hemos coincido entonces, llevamos viniendo aquí un tiempo… A todo esto, no sabía que usted tuviera hijos.
Turno de reírme de nuevo.
- Ni los tengo y dudo mucho que lo haga. Hablaba simplemente del grupo en general. Lo mío se ve afectado por mi trabajo y mi madre. Es la única mujer en mi vida aunque suene patético. Pero al parecer… tú no estás solo, ¿me equivoco?
Por un momento creo que Bobby mira hacia sus zapatos y sus mejillas se colorean.
- No, no se equivoca. Llevo un tiempo con una chica, ella es… -de repente su rostro de enamorado se torna a un rostro duro- una heroína, y nunca mejor dicho –hace una mueca, entre asco e ironía- No se rinde nunca.
Parece decir la última palabra con crueldad, con intención, mientras me clava su penetrante mirada oscura –tiene los ojos casi negros-. Me hace incluso creer que se refiere a mi, a que me rendí respecto a él, pero, es imposible que se refiera a eso, a él y su lucha con las drogas, ella es demasiado joven e inocente para conseguir lo que un hombre maduro y con experiencia no pudo. No. Seguramente se refiera a sus batallas internas contra el sistema.
Oigo de nuevo la tosca voz de Harry gritándome a lo lejos y tengo que despedirme de Bobby. En su mirada hay un reflejo de tristeza y melancolía, me abraza y se despide de mí con un sea bueno profesor. Eso le decía yo cada vez que le despedía. Pues pasaba tardes con él para evitar que se drogara, y compartimos mucho tiempo juntos, quizá por eso la nostalgia de su abrazo.
La noche parece cernirse sobre mis párpados, pues empiezan a pesar y comienzo a despedirme de todos que al parecer no están de acuerdo con mis ganas de irme. Acabo convenciéndoles con baratas excusas como mañana trabajo, y encima dos veces, joder, no me hagáis esto, perderé lo único que tengo para sobrevivir más allá de mi madre.
Estoy seguro de que el más allá de mi madre es lo que les ha dado verdadera lástima y por eso me han dejado ir.
Llego a casa. Me despojo de mi ropa. Miro hacia el techo tratando de quedarme en blanco, tratando de dormir. No lo consigo. Quiero morir. Empiezo a pensar en Bobby y en todo lo que ha pasado, lo que hemos pasado, y lo que nunca logré que pasara. Paso la noche en vela pensando en él. Y su fracaso lleva a un desencadenante peor, el mío propio con mi vida, sólo que él ha podido seguir adelante. Sin mí, claro. Ya sabemos qué estaba fallando en esta cadena de nefastas vidas. Revuelvo un poco las sábanas, peleándome entre taparme o no hacerlo, enredarme, echar la manta, dejarla a medias, abrir la ventana, bajar la persiana, subirla un poco para que entre luz, desnudarme… soy un maniático, he de admitirlo.
Despierto sobresaltado mirando el reloj, pero aún quedan 20 minutos para que suene la alarma. Mierda. Miro hacia la mesita de noche y encuentro de nuevo una botella de whiskey volcada. Últimamente es la única manera que tengo de conciliar el sueño. (Si es que últimamente se le puede llamar a los últimos… ¿5 años de mi vida? Para qué mentir, son muchos más, pero no quiero admitirlo por no sonar tan patético). Tiro de mi pelo –una de mis miles de manías- y recorro la habitación con la mirada. Encuentro un paquete de tabaco tirado a lo lejos –lejos, sinónimo de más allá de la alfombra- y con vagueza me levanto a por él. Hacía mucho que no fumaba –de hecho, nunca me había considerado fumador- pero un cigarro antes de entrar de nuevo en la rutina iba a ser placentero. Rutina. Pensé en esa palabra y me recorrió un escalofrío. Era como un castigo, como un martillo golpeando dentro de mi cada vez que la escuchaba. Me había levantado antes de que sonara el despertador y eso no entraba dentro de… de esa palabra que me gustaría obviar.
Me tiro de nuevo en la cama mientras enciendo a ese pequeño diablo. Le doy una calada tan intensa que parece que mis pulmones vayan a estallar. Suspiro. Otra calada. Otro suspiro. La cabeza me da vueltas y tengo una sensación de agobio. Apago el cigarro y me tapo con la sábana. No logro conciliar el sueño, pero me quedo en un estado tranquilo. 5 minutos después el despertador me trae a golpetazos de mi evasión. Mierda. Y lo mismo de siempre –creo que vosotros mismos estaréis recitando ya lo que va a ocurrir antes de que lo leáis- . Baño, espejo, desesperación, café, a la búsqueda de la ropa escondida, café, llamada de mamá, café, llego tarde… y clases.
Y más desesperación.

1 comentario:

  1. Dios, debería llamarse Paul K!! bueno... pues sigo sin saber que escribirte! Me siento decaida despues de leer está historia!! Me transmite mucho la historia! Pero estoy un poco en alerta porque como que tiene que pasar algo, esperas que pase algo ... y no llega!
    y podia repetir más la palabra Historia""" jajaja
    Sigo...

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